miércoles, 13 de septiembre de 2023

El 11 de setiembre en la historia política contemporánea

 


Hace unos días, desde las aulas y las redes sociales hemos recordado y reflexionado sobre dos acontecimientos históricos significativos para la historia mundial.

El 11 de setiembre de 1973 el pueblo chileno afrontó un golpe de Estado militar - característico durante la Guerra Fría en América Latina - promovido por el imperialismo estadounidense contra un gobierno democrático de afiliación socialista, tal como lo definía el ex presidente Salvador Allende. Instaurado la dictadura militar del general Augusto Pinochet se inició una ola de persecución, represión y asesinatos, calificado como un régimen violador de los derechos humanos durante diecisiete años.

Lo que parecía ser un exitoso experimento sui generis; donde un gobierno socialista se establecía vía elecciones y se atrevía a realizar reformas bajo las estructuras del viejo orden oligárquico chileno, demostró que esa táctica conduce a un rotundo fracaso y sobre todo genera una confusión en los sectores sociales respecto a la perspectiva revolucionaria. Más allá de recordar ese acontecimiento románticamente, debemos reflexionar sobre los postulados de la doctrina socialista. Cuando leemos a los clásicos del socialismo lo primero que dejan muy claro es la vía de la conquista del poder – ojo, conquista - no ganar un gobierno: El nuevo orden socialista se sostiene desde un inicio en la permanente movilización de las masas, bajo una dirección de vanguardia proletaria y con sus propias fuerzas revolucionarias. La doctrina no enseña en confiar ingenuamente en la vieja oligarquía y en su fuerza armada, allí el pecado del buen intencionado Salvador Allende. Desde luego, esa experiencia dejó lecciones.

El atentado a las Torres Gemelas del 11 de setiembre del 2001 marcó un antes y un después en la política internacional del imperialismo estadounidense. Recién iniciaba el siglo XXI y el mito del triunfo del capitalismo acompañado con el fin de la historia y el nuevo orden “civilizado” se venía abajo. Durante casi todo el siglo XX y más aún durante la Guerra Fría, la propaganda yankee acusó al movimiento socialista de generar el terror y la inestabilidad en el mundo. Tras la caída del bloque soviético y los “socialismos reales”, se acabó la justificación militarista de EE.UU. en su política internacional. Ya no existía la “amenaza comunista a la paz mundial”. Pero ¡Oh! Sorpresa, el país con el mejor sistema defensivo, con el mejor sistema de espionaje del mundo, fue objeto de un atentado en su corazón financiero. No se trataba del viejo enemigo comunista, ahora se trataba de un nuevo enemigo: el fundamentalismo islámico, representado por Al-Qaeda, liderado por un ex agente de la CIA llamado Osama Bin Laden.

Osama fue uno de los líderes de la resistencia anti soviética en la década de 1980, cuando la URSS – social imperialista – invadió Afganistán y quería convertirla en un satélite político. La resistencia organizada a través de los muyahidines recibió el financiamiento y equipamiento del imperialismo estadounidense; en ese momento no le interesó si estaba apoyando a radicales islámicos, el objetivo era derrotar a la URSS. Y lo lograron, las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán hacia inicios de 1989, dejando el gobierno en manos de los muyahidines. Al poco tiempo surgieron las rivalidades entre el nuevo gobierno fundamentalista y los intereses imperialistas de EE.UU. Los yankees creyeron que podían someter fácilmente a sus “socios”, nada de ello ocurrió; pues para los fundamentalistas los enemigos no solo eran los soviéticos, también lo era el capitalismo occidental. Estados Unidos había engendrado una de sus peores pesadillas y en algún momento tendría que saldar cuentas.

La política belicista de EE.UU. en las guerras del golfo pérsico dejó en claro los objetivos estratégicos de poseer el petróleo del Medio Oriente. Recordemos que el presidente de yankee durante esos conflictos fue George Bush (padre). En los noventa el belicismo de EE.UU. se concentró en las guerras de la ex Yugoslavia, y en lo político la ejecución del Consenso de Washington en los países subdesarrollados, incluido nuestro país a través de la redacción de la Constitución de 1993. Ocurridos los atentados a las Torres Gemelas, la decisión de EE.UU., presidido por George Bush (hijo), fue invadir Afganistán en noviembre del mismo año y dos años después acusó a Irak de ser cómplice de Al-Qaeda y producir armas bacteriológicas, lo cual se tradujo en una descarada invasión al Medio Oriente. ¿Casualidades?

lunes, 4 de septiembre de 2023

A 20 años del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)

 

Sesión de la Comisión de la Verdad y Reconciliación

La semana pasada se cumplió el vigésimo año de la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). El trabajo de investigación de la CVR tiene un valor sociohistórico y político. Presenta una explicación de las causas, hechos y repercusiones del conflicto armado interno (1980-2000) que vivió el país. Calificado como el hecho más estremecedor de nuestra historia republicana, merece una comprensión rigurosa y alejada de apasionamientos.

La CVR lo definió como un conflicto que reveló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana. Siendo causales de la violencia política las desigualdades económicas, las frustraciones sociales acumuladas desde el nacimiento de la república, la discriminación de índole étnico-cultural, la precaria “democracia” y la formación de organizaciones subversivas que tuvieron como objetivo destruir el Estado terrateniente-burgués y construir uno socialista.

Responsabiliza al PCP-SL como el causante inmediato del conflicto, y a su dirección nacional le atribuye delitos de lesa humanidad, además de presentarlos con características terroristas en lo que refiere a sus acciones armadas y responsable de 54% de víctimas del conflicto. De la misma manera, pero con menor intensidad, califica al MRTA con una responsabilidad del 1.5% de víctimas. Asimismo, identifica los crímenes de las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares, agravado durante el régimen de Alberto Fujimori.

La CVR consideró que, para superar las secuelas del conflicto, el país debe conocer en toda su magnitud las dimensiones de lo ocurrido entre 1980 y 2000. Asimismo, propuso que la reconciliación nacional debería iniciarse con un nuevo pacto fundacional entre el Estado y la sociedad. A veinte años del informe final, ese nuevo pacto aún está pendiente, y por el contrario se mantiene la política del “terruqueo” desde el Estado a la protesta social al punto de criminalizarla y las leyes antiterroristas de los noventa están vigentes.

Muchas críticas han recaído a la CVR y a su informe, sobre todo provenientes de los sectores más recalcitrantes de la política nacional, especialmente los fujimoristas, y de las Fuerzas Armadas quienes han elaborado sus propias versiones. Los alzados en armas también han realizado su versión de los hechos. Desde luego, las interpretaciones de la CVR no pueden ser tomadas como verdades absolutas; es importante escuchar las voces de todos los implicados en el conflicto en tanto no tergiversen la historia a su conveniencia e inventen ídolos o héroes que generan una inútil polarización en el país. En el contraste de versiones se abre paso la verdad histórica y por ello no podemos permitir las iniciativas negacionistas que limitan la labor de los científicos sociales y de todo aquel que ejerza una investigación seria.

La semana pasada, coincidentemente, se hizo entrega a sus familiares – después de 31 años – los restos de cinco estudiantes de La Cantuta asesinados en 1992 por el grupo Colina, fue noticia la admisión de una demanda de Víctor Polay (líder del MRTA) en la CIDH y se realizó una protesta contra el Lugar de la Memoria (LUM) en Miraflores bajo la consigna “Terrorismo nunca más” y exigiendo su cierre. Si agregamos a ello que hoy están con prisión preventiva dirigentes sociales de Ayacucho bajo el supuesto delito de terrorismo; es evidente que las secuelas derivadas del conflicto armado interno se encuentran vigentes, hay muchas heridas por cerrar y un proceso de democratización de la sociedad peruana aun pendientes.